Infidelidad: De vos, nadie habla.

Existís, pero te evitan. Evitan hablar de vos. Porque por algún motivo, causás molestia. Porque por algún motivo, dolés.

Me refiero a la infidelidad en el amor, en la pareja. No a aquella que hace referencia respecto a una creencia religiosa. Ni siquiera a la infidelidad para con uno mismo. No. Yo me refiero, a la infidelidad que todos conocen como una fuerza devastadora, capaz de tumbar al más fuerte y seguro. A esa que cuando llega, parece no dejar nada en pie.

Curiosamente, suele ser un secreto de a dos, aunque implica a tres o cuatro personas, dependiendo de las circunstancias. Y puede llegar a ser un secreto de varios, si los comentarios o los ojos de otros han llegado hasta el "tesoro escondido". De una forma u otra, lo que no cambia es ley: el último en enterarse es el damnificado. Y cuando esto sucede, todo parece desaparecer ante ella.

La infidelidad arrasa con los sentimientos. Provoca dolor, depresión, incertidumbre e ira, entre otras. Puede venir acompañada de perdón, pero jamás de olvido. Puede transformar tu vida en un continuo asecho, colmado de incertidumbre y duda.

Inexorablemente termina por dejar una huella, una herida que, a pesar de cicatrizar, queda la marca.

Nadie habla de vos, porque si de vos se habla, algo malo sucede. O ya sucedió.

Nadie habla de vos, porque te temen. Porque no sos bienvenida. Porque en definitiva marcás que algo no anda bien. Sos el dedo índice acusador, el juez sentenciante de la pena de muerte.

¿Y a quien le gusta admitir, que algo no anda bien? ¿a quien le gusta saber de tu existencia, señalándonos un final, señalándonos un dolor?

Por eso, mejor de vos, No hablar.

Es más, ojalá, no existieras.


 

Recuento.

Me Culpa: Yo fui infiel, y me hago Responsable.

Me hago responsable de que a alguien engañé. Que a alguien le mentí. Nunca llegó a enterarse que lo engañaba, ni que yo le era infiel.

Esa parte de la cuestión me alivia la carga de escribir esto que escribo. De lanzar este hecho del anonimato, a la luz. Porque decidí, que de la infidelidad, también hay que hablar.

Fui infiel, engañé a alguien, pero por suerte, él nunca lo supo. Y este hecho (el que no lo supiera) no me alivió en aquél momento, ni me alivia ahora la carga de haberlo hecho. Me parece que el saber del otro, agrega dolor, pero no quita nada al hecho en sí. Uno siente que está al límite. Uno está pensando todo el tiempo qué decir, y cómo decirlo, para no quedar al descubierto. En definitiva, no sólo uno es infiel sino que además, se termina transformando en una máquina de pensar. De pensar mentiras. Entonces no sólo sos infiel, sino que además, sos un mentiroso. Y si encima, tenés la "desgracia" de que el otro se entere, terminás siendo también, un terrible desgraciado. (La mentira tiene patas cortas, nos guste o no)

Cuando uno es infiel, traiciona la confianza que el otro nos brindó. Y nadie, ni el más tirano y villano de los seres humanos, merece que traicionen su confianza. Porque siendo infiel, estás traicionando nada más y nada menos que la confianza del otro en vos. El otro, cree en vos. No como un Dios pagano. No. Cree en vos, en el ser humano que tiene frente a sí, que no hizo ninguna cosa milagrosa. Cree en vos, lisa y llanamente. Cree en que no vas a mentirle, ni a traicionarlo, y en lo posible, que no vas a herirlo.

Esta confianza, que algunos la dan con cuenta gotas, y atravesando varias pruebas, y que otros otorgan como un cheque a la vista, debería de ser cuasi sagrada. El otro confía en vos, se entrega, y cree en las cosas que le mostrás, que le decís, y que hacés. Pero vos, digamos que no sos del todo sincero, ni del todo confiable.

Yo no fui sincera, y menos aún confiable. El tiempo se encargó de que llegara una sentencia, de que terminara con aquella relación, y que entendiera cuánto daño pude haber hecho, aún cuando el otro no se enteró nunca de lo que hice.

No sé si fue castigo, o algo que tenía que pasar, para que en definitiva llegara hoy, hasta donde llegué. Puede ser un poco de ambas. Lo que sí tengo claro, es que de aquello aprendí. Ya no hablo de infidelidad, no porque no quiera, sino porque aprendí. No porque quiera evitar el tema, sino porque aprendí. La confianza del otro debe ser tan sagrada, como el sol que sale todas las mañanas. Y que crean en vos debería de ser un premio que atesorar, y no que pisotear.

Habrá muchas cuestiones a tener en cuenta, que nos pueden llevar o no a caer en la infidelidad. De uno u otro lado, puede haberlas. Yo me propuse que si las hay, ante todo hay que sincerarse. Hay que hablar, hay que poner todo sobre la mesa. Nos guste o no. Y por respeto al otro, soltarlo si fuera necesario, antes que engañarlo. Dolerá un montón, pero no más que ver dolorida a la otra persona, cuando ya sea tarde.

2 comentarios:

  1. Anónimo2/11/2008

    Cuántas cosas te animás a decir sin tapujos, Lauri. Me gusta.

    Coincido con vos: la confianza es un tesoro que hay que defender; algo que aprendí con Sergio, mi amor, mi pareja, mi todo.

    ¡Te mando un beso enorme!

    Vero

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  2. Anónimo2/15/2008

    nos metemos en un tema que hablamos hace poco, me dijiste"es por que no encontraste tu media", y yo te conteste, "o es que nunca voy a cambiar"..., creo que mejor entra en mi blog y te digo lo que pienso. sister

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